La ira colma mi mente y
nubla mis ojos. Provoca el deseo de volcar todo el maremágnum de pensamientos que
bulle dentro de mi cabeza. Es mi vivencia, una sensación personal cuya voluntad
es ser compartida, pues es altamente probable que más personas la sufran.
Quiero encontraros, a todos vosotros, y que entendáis este mensaje como punto
de reflexión.
Mi nombre es Eva. Tengo 24
años. Y soy mujer, y aunque por mi nombre parezca una obviedad, no lo es. Ser
mujer te define como una persona de género femenino. No comprendo, entonces, por qué a veces no se
nos trata como personas que somos.
Comparto la idea de que la
mujer, como el hombre, es un ser libre y digno, y que debe ser respetado por el
resto del colectivo social. ¿Lo pienso porque soy mujer? Sí, claro, lo pienso
porque soy mujer, y porque eso significa ser persona. No me siento la
distracción visual de los hombres, ni que mi cometido en el mundo sea
deleitarlos con mis curvas, ni que estoy aquí para complacerlos, ni para sufrir
en silencio sus descalificativos y “piropos”, que ya os aseguro que por mí
pueden metérselos por algún sitio impropio.
Una tarde normal, de un día
corriente. Salgo a caminar, actividad que favorece la salud física y mental. Me
gusta la ciudad. Ver la gente, los edificios, las situaciones…, la historia, la
vida. Me visto con algo cómodo: unas mallas, una camiseta de hombreras, una
gorra para protegerme de este sol infernal, y unos cascos porque me encanta la
música y porque son mis fieles aliados, el escudo que me protege y me permite
evadir los improperios que lanza la lengua sucia de una sociedad que persiste
en estar anclada en un machismo absurdo e irracional.
Es
horrible, pero me ha invadido el desánimo cada vez que me he vestido con unas
mallas, con una falda, con un pantalón, con una sudadera…, en realidad, como si
fuese en pijama, oigan. Porque sabía que existía una posibilidad, por
mínima que fuera, de que algún necio me hiciera algún comentario inapropiado
por la calle excusándose en lo que porto, aprovechando que camino sola,
cabizbaja para evitar el contacto visual con ellos. Odio
caminar cabizbaja por la calle. Me avergüenza hacerlo por vosotras, mujeres de
todo el mundo. No os lo merecéis. No es lo idóneo para luchar contra la
discriminación que sufrimos. Hoy fue distinto. Me dije que eso iba a cambiar.
No hice lo de siempre:
callarme y agachar la cabeza o mirar al frente con cara de pocos amigos. Hoy
contesté. Contesté con la idea que pretendo que se entienda y con la que todos
convivamos.
Recibí, por parte de un
hombre con clara falta de la capacidad que nos dota de sensibilidad, un
graznido. Porque sí, a veces no llegan a ser formuladas ni palabras, solo
gruñidos, ruidos, como si de un animal se tratara y, por consiguiente, yo lo
fuera, dado que pretenden que nos demos por aludidas. Era un hombre que podría
ser perfectamente mi padre. Aunque eso poco importa en este mundo. Me lanzó un
ruido, y parecía que mi conciencia había despertado, y sin pensarlo le espeté:
“¡Un poco de respeto, hombre!”. Sé que muchos pensaréis que no es gran cosa,
pero yo nunca me esperaba concretar con tanta exactitud en palabras la idea que
quería sintetizar y en la que resumía todo lo que quiero que desaparezca con el
machismo: la falta de respeto. Merecemos el mismo respeto que ellos porque
somos seres iguales, nos vincula la misma condición: la humana.
Después dijo alguna cosa, pero
yo no la oí. Tampoco me interesa lo que dijera. Igual que tampoco me interesaba
el graznido que me dirigió en un principio. Solo espero que algún día entienda
que él me trató como si yo fuera un objeto profiriendo un sonido más propio de
una cabra que de un ser humano, y yo me dirigí a él con un mensaje claro, de
palabras, que es el sistema por el que intelectualmente nos entendemos las
personas.
Os escribo todo esto con
lágrimas en los ojos, con llanto en el corazón. Con la mente débil, y el alma
encogida en un doloroso suspiro. Porque este es el efecto que tienen en mí
estas situaciones que se dan en un día normal de una chica normal con una vida
normal.
No soy ni un bellezón, ni
un pibón … Soy una mujer que quiere tener una vida humana digna.
Como yo, millones de
mujeres en este mundo padecen estas nefastas sensaciones. Así que cuando
pensemos tópicos como “solo es un piropo”, “es que algunas exageran”, “es que
visten así para que les digan algo”, “¡qué mala leche tienen estas feministas!”,
recordemos esto tanto para sentirnos libres y protegidas, si somos mujeres, como
para empatizar con nosotras y eliminar estas conductas, si sois hombres: no
excedamos los límites de nuestra libertad invadiendo la de otra persona
vulnerando su intimidad y su bienestar por el simple hecho de ser mujer.
Recordemos que ni a nosotras nos interesa escuchar el juicio que aflore en la
mente de un desconocido acerca de nuestro cuerpo, ni los hombres que lo
profieran piensen que es un piropo inocente, cuando en realidad nos lanzan una daga
empapada en el veneno de ideas discriminatorias seculares bajo las que se
escudan para actuar con total impunidad, sin tratar de mejorar y velar por su
inteligencia emocional. Soy sincera en lo que digo, no invento una realidad
paralela en la que la mujer es siempre la víctima y el hombre es un ser
perverso. Vosotras lo sabéis. Vosotros también, porque algunos lo hacéis; y
porque otros veis cómo otros lo hacen.
Que ningún hombre inocente
se dé por aludido. Solo busco en vosotros empatía, que mediante este testimonio
podáis entendernos un poco mejor y que si os parece la causa de la igualdad de
género justa, luchéis a nuestro lado. Nada más.
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